GASTROFESTIVALEANDO

ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA GASTRONOMÍA FESTIVALERA



Texto; Luís  del Rosal Pernia aka Mr. Deck 

Vergel de piezas descoloridas presentadas con pulcritud, como si de una obra de Claes Oldenburg se tratara, manjares bíblicos a ocho euros que saben a gloria... y es que hace falta encontrarse en un festival convenientemente cercado y vigilado para poder apreciar la oferta culinaria sobre ruedas.
En los últimos años il mangiare se ha visto incrementado en los eventos musicales, añadiendo no solo cantidad de puestos de comida, si no también diversidad apreciable en el contenido. Podemos elegir entre bocadillos de lomo servidos en pan rancio hasta pocillos de cartón llenos a rebosar de fideos con verduras, pizza deprimida, perritos con sal suficiente como para conservarlos hasta el año siguiente o sushi que recuerda a un famoso producto empleado para manualidades de preescolar. La elección, en cualquier caso, cumplirá con el propósito de saciarnos y darnos energía para unas cuantas horas.
Pero no todo va ser alimentar almas a base de grasas trans, sal, fundentes y almidón y es que también podemos beber; es fundamental para mantenerse hidratado y poder tragar los alimentos. Tenemos desde botellines de agua a precio de jamón Serrano hasta copas, servidas ellas en auténticos vasos de plástico de calidad superior. No sé si habrá un rey en lo que respecta a las bebidas festivaleras, pero lo que si se es que hay reina indiscutible: la cerveza. Y es que la cerveza agasaja las gargantas resecas y patrocina sin rubor un escenario de los muchos que nos encontramos en un festival. Y no sin razón. Los litros de cerveza que se pueden llegar a consumir en tres días de festival dan para eso y para más.
Pero .... ¿y como hacemos para sujetar la comida en una mano y la cerveza en la otra mientras los fluidos resbalan por entre la comisura de la boca y las manos? Parece complicado y, francamente, lo es. Antes de dejarnos seducir por bonitos carteles o por el diseño del puesto de comida conviene pararse un momento y pensar como nos vamos a poder conducir con toda la parafernalia a la vez y tratar de localizar un sitio entre los bancos y mesas repartidas por el recinto. Pero hay veces que esa mesa se encuentra tan lejos como la Tierra de Marte y entonces es mejor desistir y evitar deambular con la carga, tratando de engullir con extrema rapidez en la minúscula barra del propio puesto. Seamos honestos: no se puede dar de comer a cien mil almas al día con productos ecológicos, locales, o cocinados como lo haría tu abuela, en medio del campo o de la playa. Aunque la comida en el interior de los festivales no alcance el nivel de un restaurante con estrella michelin si es verdad que los promotores hacen un esfuerzo por superarse porque, sin duda, la experiencia de conjunto se vuelve sobresaliente si los sentidos y el estómago se han quedado satisfechos.
La oferta gastronómica en los festivales dio un paso adelante hace cuatro o cinco años, gracias a la proliferación de las “furgonetas gastronómicas” pero, por mucho afán que pongan los responsables, es muy difícil calmar a las hordas festivaleras los viernes y sábados por la noche aportando calidad u originalidad. Nos gustaría que la oferta gastronómica se superara con algún restaurante suficientemente bien montado, con una cocina de campaña, como si se tratara de una excursión inglesa al Kilinmanjaro, que fuera capaz de servir platos cuidados y café en taza para al menos una parte de los asistentes, aquellos que nos encontramos por encima de la cuarentena. Ténganlo en cuenta. Muchos festivaleros aspiramos a más y no debe ser incompatible en un país que vive del turismo.

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